“El habló, y todo fue creado; dio una orden, y todo quedó firme” (Salmo 33:9)
La expresión más repetida en la Biblia es “voz” o “palabra”, que en ocasiones en algunas versiones se esconde en otros vocablos. ¿Por qué se repite tanto este vocablo? Por una simple razón, los hebreos no podían concebir a Dios de una forma corpórea, para ellos la divinidad no podía estar limitada por nada, así que la mejor forma que encontraron para referirse a la divinidad fue con la expresión “voz” o “palabra”.
Así que no es extraño que en el versículo de hoy se expresen de la forma en que lo hacen diciendo que Dios habló y existió, el dijo todo lo que existe fue hecho. En la mentalidad judía Dios es voz, es lo menos incorpóreo que se les ocurrió y aunque de algún modo, también el mencionar a Dios puede ser una limitación, es menos limitante que si la divinidad fuera corpóreo.
Es lo que expresa Juan en su evangelio: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios” (Juan 1:1). Es decir, el que crea es la Palabra.
A los occidentales, por nuestro énfasis pictográfico, nos cuesta mucho concebir a Dios de otra forma en que no sea mediante imágenes y formas.
Lo extraordinario es que este Dios incorpóreo, que creó todo con el poder de su voz, decide, por amor volverse humano para ser “visto” de verdad. Es lo que expresa Juan en el prólogo de su libro. Dios, decide “hacerse humano”, por un acto de amor, no sólo para abrazar a su pueblo, sino para hacerse presente en la vida de sus hijos.
Dios, la palabra, eligió encarnarse por amor a sus hijos. Es el supremo acto de amor de Dios. Su elección es hacerse presente.
Cuando se transmite la idea de que Dios está ausente, lejano, y fuera del alcance humano, lo que se transmite es un concepto alejado de la Biblia y de la revelación que Dios ha dado. Dios, está presente siempre, y su máxima representación es Jesucristo. El Dios visible, que abrazaba y podía mostrar qué la divinidad nunca se ha alejado del ser humano como algunos mal transmiten a otros.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA
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