“Dios mío, clamo de día y no me respondes; clamo de noche y no hallo reposo” (Salmo 22:2)
Hay una teología extraña del “escuchar” de Dios. Muchas personas usan expresiones como “al fin me escuchó Dios” o “le he pedido muchas veces, pero Dios no me escucha”. ¿Cuán ciertas son esas afirmaciones?
La primera pregunta a hacerse es establecer si efectivamente puede darse la posibilidad de que “Dios no escuche”, si lo tomamos de manera literal, entonces, estamos negando la divinidad. Es imposible que Dios, siendo Dios, no escuche. A Dios, como omnisapiente que es no se le escapa nada, así que ciertamente TODAS las oraciones son escuchadas.
Lo segundo, es entender qué significa la escucha divina, porque tendemos a pensar que si lo que pedimos es contestado conforme a nuestros deseos, entonces, Dios “ha escuchado” y si no sale como nosotros esperamos, en ese caso apelamos al supuesto silencio de Dios.
Dios siempre escucha, no podría ser de otro modo siendo Dios.
El asunto es que en ocasiones, lo que nosotros planteamos está fuera del alcance de Dios. ¿Cómo es eso? ¿No es acaso Dios todopoderoso?
¡Claro que lo es! Pero Dios se ha autolimitado dándonos a nosotros la capacidad de elegir, eso implica que hay muchas decisiones que tendemos a atribuir a Dios, cuando en realidad, son nuestra exclusiva responsabilidad.
Alguien dice, por ejemplo, “mi novia la puso Dios en mi camino”. Puede ser cierto, pero Dios no la eligió por ti, esa fue tú decisión. Otro exclama, “Dios ha permitido que esté enfermo”. Es una aseveración muy común, pero nunca nos preguntamos sobre nuestros hábitos de vida o la herencia que tenemos. ¿Es responsable Dios de eso también?
Si partimos de la base de que no hay oración que Dios no escuche, entonces, debemos darle el beneficio de la duda y entender que en ocasiones Dios no actúa como nosotros deseamos, simplemente, porque no puede, porque no es el tiempo o porque lo que pedimos no es conforme a la voluntad global de Dios.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA

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