“Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos” (Hebreos 4:16)
Hay predicadores que les encanta predicar sobre las penas del infierno y el tiempo de angustia. Se sienten satisfechos cuando logran asustar a sus congregaciones y mantienen a los creyentes en una expectativa de terror. Creen, erradamente, que sólo mediante el miedo y con suficientes “palos”, lograrán que los que aceptaron a Jesús se mantengan fieles al Señor. Sin embargo, “el evangelio del terror”, es una contradicción, de hecho, es terrible que la palabra “evangelio” y “terror” vayan en una sola frase.
Predicar de Cristo es una vocación de buenas nuevas. Es tener la convicción de que no hay mejor noticia que compartir que enseñarles a las personas que Jesús es la solución para una vida sin sentido y un mundo sin rumbo.
El temor es paralizante. Logra que las personas se mantegan “fieles” sólo mientras dura el miedo. Cuando se pierde el temor, entonces, no hay nada que los detenga.
Al contrario, el amor, la sensación de plenitud, el saberse protegido por un Dios misericordioso, produce cristianos plenos, felices, confiados y llenos de la misma bondad que han recibido. El amor hace que los creyentes se mantengan fieles, el terror, es simplemente eso, miedo que asusta, pero que tarde o temprano espanta y aleja. La mejor protección siempre es la misericordia.
“Los creyentes tienen la tendencia a ignorar el punto de vista de Dios, a perder de vista la integridad a la cual Dios los invita, o incluso a atribuir a Dios una actitud severa o no-compasiva hacia ellos mismos o hacia los demás –en desacuerdo con las presentaciones de Dios en las Escrituras” (Michael Barber)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer

Muchas gracias. Muy bueno
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