El buen pastor

“Como un pastor que cuida de sus ovejas cuando están dispersas, así me ocuparé de mis ovejas y las rescataré de todos los lugares donde, en un día oscuro y de nubarrones, se hayan dispersado” (Ezequiel 34:11)

Era estudiante universitario. Ese día había sido difícil. Me dirigí a una ciudad cercana porque quería hablar con un viejo pastor al que admiraba. Pero, llegué a su casa y no lo encontré. Lo esperé un largo rato sentado en la acera. Cuando pasó el tiempo, tomé una hoja de papel y escribí: “Pastor, tenía muchas ganas de hablar con usted, otro día vengo”. Firmé y la dejé bajo su puerta. Tomé un autobús y me dirigí de vuelta a mi casa a una hora de distancia.

Cuando llegué a casa no conversé con mi esposa. No quise cenar y me fui a dormir. A eso de las once y media de la noche sentí que tocaban la puerta. Salí a atender sorprendido que alguien se atreviera a ir a una casa a esa hora. Cuando abrí me quedé mudo viendo al pastor y diciéndome con una sonrisa:

—Aquí estoy, ¿para qué me querías?

Quise dar una excusa, pero en lo único que pensé es que él habría llegado a su casa tarde y luego, había tomado un autobus durante una hora para llegar a mi casa.

Lo hice pasar. Mi esposa se despertó, en ese momento se enteró que en la tarde había ido a la casa del pastor y no lo había encontrado. Él me escuchó pacientemente, atendió mi dolor, secó mis lágrimas, me dio un gran abrazo y oró con nosotros. No quiso quedarse diciendo que su esposa se preocuparía. Mientras se iba con paso cancino por la calle oscura, pensé: Alberto Espinoza, ese hombre es mi pastor. Eso hacen los pastores de Jesús, cuidan a sus ovejas.

“No has vivido hoy hasta que hayas hecho algo por alguien que no pueda pagártelo” (Jonn Bunyan)

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer