“Por mí reinan los reyes y promulgan leyes justas los gobernantes” (Proverbios 8:15)
La palabra “gobierno” y “justo” en una sola frase parece un contrasentido. A primera vista son expresiones que se contraponen, especialmente en el contexto de una sociedad que vive tantos casos de corrupción, nepotismo y muchas maneras de torcer la justicia.
¿Qué es lo que espera Dios de quienes gobiernan? Simplemente, que actúen con justicia, apegado a leyes justas, y viviendo vidas justas. Es decir, que sean adalides de lo que es correcto y procuren vivir a la altura de la confianza depositada en ellos.
Lamentablemente, en el mundo posmodernistas, donde la individualidad ha sido adorada hasta el hartazgo, y donde parece que cada vez hay menos interés y tiempo para dedicarse a buscar la bondad, la justicia no parece ser el primer interés de muchos gobernantes, que se dejan seducir por el poder y lo que éste representa.
La verdadera grandeza de los gobernantes no se refleja en el despliegue de poder y soberanía que hacen, sino en las características personales que los hace dignos de ser imitados.
El poder, en sí mismo, siempre es un peligro, en cualquier área, no sólo en el ejercicio de dirigir un estado. La tendencia humana es convertirse en absolutista y quien tiene la razón completa en todo. Por esa vía se han gestado en el mundo infinidad de casos de personas que se han convertido en proverbiales por su manera absurda y autodestructiva de gobernar.
Dios espera que actuemos en justicia en todo tiempo y lugar.
“El arte de gobernar es el arte de ordenar la vida de forma tal que el interés personal inspire a hacer lo que la justicia demanda” (William Temple)
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Reflexiones al amanecer
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