“Tú me cubres con el escudo de tu salvación; tu bondad me ha hecho prosperar” (2 Samuel 22:35-37)
Muchas personas huyen de las iglesias y de los cristianos. No se acercan a congregaciones religiosas y cuando escuchan a un cristiano tienen la tendencia a no escuchar. ¿Por qué? He preguntado a muchos a lo largo de los años qué motiva esta conducta. La razón me la dio con claridad una compañera cuando estudiaba en una universidad no cristiana:
—La iglesia no me sirve porque cada vez que he entrado a una lo único que recibo es condenación.
No anda lejos de lo que ocurre en muchas congregaciones cristianas que se han aislado en su legalismo condenatorio.
¿Es eso la iglesia? ¿Fue esa la intención de Cristo cuando formó la comunidad cristiana?
Algunos predicadores se especializan en hacer sentir mal a las personas. Actúan como si fueran la conciencia de sus hermanos y desde los púlpitos se degrada, se acusa, se moteja y se ironiza sobre la conducta ajena.
Cada persona que entre a una iglesia debería sentirse confortado en el amor de Dios. El apóstol Pablo dice que debemos “vivir la verdad con amor” (Efesios 4:15). Eso implica que nunca deberíamos hacer que una persona se sintiera despreciada por Dios, aún cuando su pecado sea el más horrendo.
No hay lugar para la condena ni la acusación desde un púlpito cristiano. Lo que se debe ofrecer es la infinita bondad y amor de Dios.
“El hombre tiene dos grandes necesidades espirituales. Una es la necesidad de perdón; la otra es la necesidad de bondad” (Billy Graham)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer
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