“En cambio, la sabiduría que desciende del cielo es ante todo pura, y además pacífica, bondadosa, dócil, llena de compasión y de buenos frutos, imparcial y sincera” (Santiago 3:17)
Una vez escuché a un dirigente religioso, que administraba una parte de una denominación cristiana que “no se puede ser administrador y a la vez buena persona, o se es uno o se es lo otro”. Pensé que estaba bromeando, pero volvió a repetir lo mismo con otras palabras. Aún no me recupero del todo de tamaña necedad repetida como si fuera una verdad de perogrullo.
El psicólogo Antoni Bolinches señala que “todo el mundo valora la bondad como una característica personal meritoria pero, curiosamente, estamos viviendo en un modelo social en el que quien actúa con bondad sale perjudicado con frecuencia” (Bolinches, 2012: 11). Más adelante y en el mismo tenor señala que “quienes tienen una escala de valores basada en el éxito y el dinero” dudan de la bondad, porque cuando se trata de alcanzar el éxito “la bondad juega más en contra que a favor” (Ibid.)
Este pensamiento ha trascendido en todas las áreas. En la educación, en los negocios, en la política e incluso en la administración eclesiástica, lo que configura un cuadro horrendo y lamentable.
Un comerciante me decía hace algún tiempo “tenemos que tener corazón duro, no podemos ser bondadosos, así no se hacen negocios”. ¿Qué tipo de vida vivirá ese hombre?
Sin bondad el ser humano queda a merced de las más oscuras tendencias humanas y se pierde todo sentido de la proporción. No me imagino a Jesús renunciando a la bondad para tener éxito en su misión en esta tierra. Sólo pensarlo es monstruoso.
“La bondad es una de las virtudes que más se reivindica y menos se practica” (Antoni Bolinches)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer
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