“Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte cuando todo el mundo se levantó contra nosotros” (Salmo 124:2)
Tanto el Salmo 123 como el 124 son un recuerdo doloroso de lo que experimentaron los israelitas mientras peregrinaban por el desierto. La constatación de las burlas y desprecio que sentían de los pueblos aledaños que una vez que conocían su historia, no hacían más que mofarse y desdeñar a los que se autodenominaban “pueblo de Dios”.
El salmista es plenamente conciente de que atravesaron ese desierto de burlas y desprecios sólo gracias a la ayuda de Dios que no los dejó solos. La sensación de saberse observados y además desdeñados por todos aquellos que conocían su historia, debe haber sido una experiencia muy dura, especialmente para los más jóvenes que no entendían por qué debían pasar por esa situación, más aún cuando estuvieron tan cerca de llegar a la tierra prometida, sólo a un tiro de piedra.
Todos los seres humanos atravesamos en algún momento de nuestra existencia nuestro propio desierto de desprecio y rechazo. No existe ningún ser humano que en algún momento de su vida no se haya sentido tan solo que la única salida fue mirar hacia el cielo para encontrar algún tipo de consuelo en Dios.
¿Qué puede hacer Dios por nosotros cuando nos sentimos desprotegidos por la burla y el rechazo?
Pues, lo mismo que Dios hizo por su pueblo en el desierto. Recordarles una y otra vez que no importa lo que diga la gente de alrededor, seguimos siendo la más preciosa joya del joyel de Dios. Criaturas tan valiosas que Dios no dudó ni un instante en arriesgar todo para que los seres humanos no olvidaran que son la “niña de los ojos de Dios”.
Pero además, Dios le mostró a Israel de muchas maneras que eran especiales. No sólo al darles el maná en el desierto, la sombra de día y la luz de noche, y el agua en circunstancias absolutamente extremas, sino mostrándoles como a nosotros que Dios no deja de bendecirnos con pequeñas atenciones, que si no nos concentramos pasamos por alto. Dios nunca, por ninguna razón nos abandona. Recordarlo es esencial no sólo para nuestra vida religiosa sino para nuestra estabilidad emocional y física.
Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA
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