La casa del Señor


“Yo me alegro cuando me dicen: ‘Vamos a la casa del Señor’” (Salmo 122:1)

Lamentablemente este versículo ha sido y es leído desde la perspectiva de una persona del mundo contemporáneo. El concepto “templo” o “casa del Señor” que utilizamos en nuestro siglo no tiene nada que ver con lo que entendía el salmista cuando escribió estas líneas.

En la mentalidad hebrea no existía la idea de “templos” o “lugares de culto”. El concepto está tan enraizado en la cultura occidental que la mayoría de las personas piensa que ha sido así desde siempre, pero no es esa la situación.

Para los hebreos existía sólo un lugar de culto, una única y exclusiva casa de Dios, un sólo templo que se ubicaba en Jerusalén y era la estructura en piedra de lo que había sido en el pasado el santuario del desierto, el lugar donde se manifestaba la “shekina”, es decir, la presencia visible de Dios a través de una luminosidad que en el santuario del desierto alumbraba buena parte del campamento.

Ningún hebreo habría creído que el templo debía reproducirse, por eso el resto del Salmo 122 habla de las peregrinaciones de los creyentes hacia Jerusalén para estar en la presencia de Dios.

Luego, con el advenimiento de Constantino, la idea de templo tomó un cariz diferente, más ligado a la mentalidad pagana que al cristianismo y al judaísmo. El emperador romano, con habilidad de político, convirtió los templos cristianos en un lugar de reunión, apto para la manipulación y el manejo de emociones. Todo fue estudiado hasta el detalle con el fin de influenciar y manejar a la gente.

Un judío nunca habría pensado que se necesitaba un lugar específico para encontrarse con Dios. En la mentalidad judía Dios era omnipresente, por lo tanto, en cualquier lugar era posible encontrar a Dios, algo de lo que expresa Pablo cuando dice que todos somos “templo del espíritu santo”. El templo de Jerusalén tenía un carácter simbólico asociado a lo que representaba en términos de la presencia de Dios visible entre el pueblo. Nada más. No tenía ni un carácter esotérico ni una perspectiva espiritualizante. Sólo la constatación de que Dios no había abandonado a Israel sino que lo acompañaba.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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