Oración de angustia


“Señor, ¡oye mi oración! ¡Escucha mi ruego!” (Salmo 102:1 NTV)

Es probable que todos los que lean esta reflexión o la mayoría, haya hecho una oración similar a la del autor del Salmo 102. Una oración nacida en la angustia y la ansiedad. Un ruego profundo anidado en lo más profundo de la tristeza y el desánimo.

Sin embargo, por muy conocidas que nos suenen las palabras y por más que las hayamos repetido en alguna ocasión, la oración, tal como está expresada esconde algunos errores que de no corregirse terminan convirtiendo a la divinidad en un sujeto aborrecible.

Para empezar, no es posible que Dios no escuche una oración. El problema somos nosotros, que creemos que Dios escucha siempre y cuando lo que pedimos se cumple. Pocas veces nos planteamos ante la posibilidad de que podamos estar pidiendo algo equivocado o fuera de lugar. Dios SIEMPRE escucha. Para empezar, no puede evitarlo, ¡es Dios! No puede dejar de serlo por lo tanto, si es Dios escucha todo lo que decimos y si nos ama, lo hace con preocupación y atención SIEMPRE, porque nos ama de manera incondicional.

La siguiente frase oculta otro error, porque supone que para que Dios escuche debemos rogar, pero eso nos convierte en individuos que renuncian a su dignidad para acercarse a un dios megalómano que sólo está esperando que sus creaturas necesitadas le rueguen.

Es probable que el autor no lo esté diciendo en ese sentido, pero sería extraño que pensara de otra forma, al fin y al cabo el autor de Salmos es hijo de su tiempo y su mente está contaminada con las teorías y prácticas religiosas de su momento. Una de esas prácticas suponía que la divinidad sólo contestaba cuando alguien rogaba mucho, digamos que hasta el cansancio, y el dios se veía en la responsabilidad de responder debido a lo mucho que lo había intentando el desafiante.

¿Qué es una oración? Ciertamente, no un rito donde nos acercamos a un ser inalcanzable al que debemos rogar para que nos escuche. La oración es el momento en que nos ponemos en contacto con la divinidad, no para pedirle favores ni para presentarle problemas, sino simplemente para estar en su presencia sintiendo la magnificencia de su amor infinito.

Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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