Escribir derecho


“Procuró también hallar las palabras más adecuadas y escribirlas con honradez y veracidad” (Eclesiastés 12:10)


Tengo una especie de obsesión con los lápices. Necesito siempre tener uno al alcance. En mi bolso ando trayendo cuatro o cinco, entre bolígrafos y lápices. Los hay al lado del velador, sobre el escritorio, en la cocina, en el baño y en la mayoría de mis sacos. Si me llega una idea y no tengo un lapicero o un lápiz a mano, es como si el mundo se me acabara. No sé cómo harán otros escritores, pero en mi caso siento que las ideas viene y van con una facilidad pasmosa, por lo que preciso tener algo con que anotarlas al instante cuando vienen. El lápiz, al igual que el bolígrafo, son inventos extraordinarios.

En el caso del lápiz, éste surgió en 1564, cuando fue descubierto un depósito de grafito en Borrowdale, Columbia, Estados Unidos. En esa oportunidad se pensó que era algún tipo de plomo. Un año después, el naturalista y médico suizo Conrad Gesner (1516-1565) describió una herramienta para escribir que contenía esa sustancia. Nicolas Conté (1755-1805), militar, pintor y aeronauta, perfeccionó el lápiz más de cien años después cuando mezcló el grafito con yeso y lo pegó entre dos tiras de madera. En esencia, la vieja fórmula de Conté no ha cambiado mucho, aunque se ha hecho más sofisticado.

Los seres humanos siempre han buscado la forma de mantener sus pensamientos por escrito. Los diferentes instrumentos que se han usado en la historia para ese fin, estiletes, plumas y palos afilados, no han tenido otro sentido que perpetuar por escrito ideas y sentimientos, para que no se las lleve el tiempo y no sucumban a la memoria.

Todos los seres humanos pensamos, la diferencia es que sólo los escritores pueden reclamar un pensamiento como propio, porque cuando está escrito pasa, por derecho autoral, a tener un dueño... el primero que lo escribió.

Dios nos dio esa capacidad. La de expresarnos y que seamos capaces de comunicar lo que hay en el fondo de nuestros pensamientos. Es un privilegio que sólo las criaturas humanas poseen y al cual muchos renuncian simplemente por no creer en sí mismos y conformarse con la imitación burda de la forma de pensar de otros.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito: Superando obstáculos

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