“Entonces los administradores y los sátrapas empezaron a buscar algún motivo para acusar a Daniel de malos manejos en los negocios del reino. Sin embargo, no encontraron de qué acusarlo porque, lejos de ser corrupto o negligente, Daniel era un hombre digno de confianza” (Daniel 6:4)
A veces he jugado a escribir mi propio epitafio, ¿qué me gustaría que fuera puesto en mi sepultura? Al leer este versículo me encantaría que dijeran de mi “era un hombre digno de confianza”, no creo que exista mejor elogio para ser recordado.
Una persona digna de confianza es alguien que merece un puesto de honor en una sociedad. Los que acusaban a Daniel no lograron entramparlo, no tenían nada contra él, no era corrupto ni negligente, ¿cuántos pasarían la prueba?
Hace poco ví una película basada en un hecho real, donde a un candidato a presidente sus asesores le preguntan: “Hay algo que debamos saber, algo que podría empañar tu candidatura”.
El hombre pregunta por qué le hacen esa indagación y sus asesores le dicen que en medio de la campaña saldrá todo a la luz, que lo indagarán de todas las maneras posibles para lograr empañar su candidatura. Él lo piensa y luego agrega, sin decir nada más:
—Entonces, no puedo ser candidato.
La cámara lo filma mientras sale de la habitación ante la mirada incrédula y triste de sus asesores.
¿Cuántos podrían soportar el escrutinio que vivió Daniel? ¿Cuántos podrían salir incólumes ante el examen de su vida? Sólo personas íntegras.
“El denominador común del liderazgo, es la integridad” (Rick Warren)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer
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