“El egoísta busca su propio bien; contra todo sano juicio se rebela” (Proverbios 18:1)
Los líderes egoístas caban su propia tumba, pero, lamentablemente, por sus actos, arrastran a muchos a vivir dolores que no eran necesarios. Los egoístas no deberían liderar, porque su ceguera no les permite avanzar de manera adecuada.
Para que cualquier empresa funcione, sea secular, religiosa o política es preciso trabajar en equipo y eso, va en contra de la esencia de los egoístas que sólo piensan en sí mismos y en los beneficios que todo el proceso puede proveerles.
Un líder debe pensar en términos de “nosotros” y no de “yo”. Lo primero implica trabajar junto a otras personas y no esperar que todo gire en torno a sí mismo y sus ideas.
Las grandes derrotas del cristianismo han venido de la mano de líderes que creyeron que ellos eran el centro del universo y que todo debía hacerse conforme a sus criterios. Cuando se asume un compromiso como la misión dada por Jesús a su iglesia, no hay lugar para individualismos ni actitudes yoistas. Un líder que realmente cumple su misión mengua, como Juan el Bautista y deja que Cristo sea el protagonista.
Por esa razón las denominaciones cristianas que fomentan la competencia y la celebración de logros numéricos terminan creando las condiciones para que un sin fin de egoístas que sólo piensan en función de sí mismos, obtengan réditos de un mecanismo que está viciado desde un comienzo por el yoísmo, tan característico de empresas con fines temporales y no eternos como lo es la iglesia. Aún el cumplimiento de la misión evangélica es un trabajo de equipo no de la exaltación de unos cuentos egoístas.
“El egoísmo no es el amor propio, sino una pasión desordenada por uno mismo” (Aristóteles)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer
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