“Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1: 11)
Cada época ha tenido sus narcisistas, todos con el mismo común denominador: Su yo es tan grande que no les permite ver nada más. Los religiosos del tiempo de Jesús estaban tan centrados en sí mismos y en sus ideas doctrinales que cuando vino Cristo, el Mesías del que habían hablado tantas veces, simplemente, no lo recibieron. Su Yo gigante los ensegueció.
En su Diccionario de términos técnicos de la psicología, Eduardo Cosacov define el narcisismo como “el embelezamiento con algo propio: el propio cuerpo, la propia personalidad o las propias obras” (Cosacov, 2007:231). En el caso de los religiosos del tiempo de Jesús, estaban embelezados con sus propias ideas acerca del Mesías.
Esta actitud de embelezamiento consigo mismo lleva a la autocontemplación y elimina la capacidad de auto crítica. El individuo se vuelve incapaz de analizar con destreza sus propias acciones e ideas. Los religiosos del tiempo de Cristo fueron víctimas de su propio narcisismo alimentado por décadas de auto convencimiento de que ellos eran los únicos que podrían interpretar correctamente las Escrituras o que no había nadie como ellos. Su egoísmo fue su ceguera.
Los narcisistas son, por esencia, desconsiderados con los sentimientos ajenos y tienden a despreciar cualquier idea que no esté en concordancia con lo que ellos sostienen, eso hizo que la mayoría de los religiosos del tiempo de Jesús ni siquiera se detuvieran a examinar si lo que tanta gente estaba viendo era o no cierto, sólo los despreciaron por estar en un nivel diferente al de ellos. Su egolatría fue su perdición, tal como lo es para los narcisistas del siglo XXI.
“En medio de tantos hombres mezquinos y cobardes, aquí estoy yo, que fui capaz de arrepentirme” (Max Scheler)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer
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