“No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad consideren a los demás como superiores a ustedes mismos” (Filipenses 2:3)
Una sociedad como la nuestra no podría producir otros tipos de seres humanos que los narcisistas que parecen multiplicarse como si fueran hongos en un bosque. El culto a la imagen ha sobrepasado toda expectativa. Importa más el parecer que el ser. Los asesores de imagen han vendido la idea de que es más importante la imagen que las ideas o los principios que se defiendan. Eso se observa en detalles asombrosos, por ejemplo, entre líderes religiosos, donde la preocupación por un “así dice Jehová” o “hacer lo correcto”, parece haber pasado a segundo plano en función de la imagen.
Alexander Lowen sostiene en su libro El narcisismo: La enfermedad de nuestro tiempo que “el narcisismo individual corre paralelo al cultural. El individuo moldea la cultura según su propia imagen y la cultura moldea a su vez al individuo” (Lowen, 2014:12), uno y otro se necesitan, se potencian y se alimentan.
Los narcisistas se caracterizan por su falta de humanidad, tal como lo exponíamos en el caso del Levita o de Roboam, no sufren por las tragedias humanas, ni siquiera por las que ellos provocan. Es una carrera hacia el éxito a como de lugar sin meditar en las consecuencias personales, familiares o sociales de la ambición.
Recuerdo una conversación con un pastor narcisista que había sido diagnosticado de una enfermedad terminal y casi llorando me dijo: “Perdí más de lo que gané, empezando por amar y ser amado”. No era extraño que en esa sala de hospital no estuviera ni siquiera su esposa.
“En una cultura individualista, el narcisista es un regalo de Dios para el mundo. En una sociedad colectivista, el narcisista es un regalo de Dios para el colectivo” (Christopher Lasch)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer
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