Reconocer errores


“Sin embargo, cuando aumentó su poder, Uzías se volvió arrogante, lo cual lo llevó a la desgracia” (2 Crónicas 26:16)

Siempre me da tristeza leer la historia del rey Uzias. Lo tenía todo como para convertirse en uno de los principales reyes de Israel, aún más que David y Salomón, pero lo echó todo a perder por su actitud. Era capaz, nadie lo dudaba. En su reinado el pueblo de Israel tuvo una prosperidad que durante décadas no había tenido. Podría haber pasado a la historia como un personaje excepcional, sin embargo, lo que queda es un gusto agridulce. No supo ser grande cuando tenía más poder. Al contrario, se empequeñeció, por su pésima actitud.

El rasgo de carácter que terminó de hundirlo fue su nula capacidad para reconocer errores. Cuando cometió su peor equivocación, que fue intentar suplantar al sumosacerdote en el santuario, no tuvo ni una pizca de arrepentimiento ni admisión de error. Probablemente, con una actitud distinta, la misericordia de Dios se habría manifestado, pero no fue posible, Uzias no lo permitió.

Los líderes que no son capaces de admitir un error, no sirven para liderar. Son pésimos ejemplos y su actitud arrogante los lleva a cometer muchos errores.

Nadie es perfecto. Un líder debería ser el primero en saberlo, porque cuando se queda solo, entiende sus limitaciones. De hecho, los mejores líderes que han existido son aquellos que han sabido reconocer sus límites y se han rodeado de personas mejores, que pudieran hacer lo que ellos no podían. Es, de hecho, una de las características de líderes sabios. Los necios, por el contrario, se rodean de gente que siempre es inferior en aptitud, lo que finalmente los destruye.

“Nadie es perfecto, pero alguien que piensa que lo es no constituye un compañero ideal de equipo. Su actitud errónea siempre creará conflictos” (John C. Maxwell)

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. Del libro inédito Reflexiones al amanecer

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