“Él respondió: —La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí” (Génesis 3:12)
Lo más fácil para evadir responsabilidad es culpar a otro. Eso es precisamente lo que hizo Adán. Cuando fue confrontado con Dios culpó a la mujer y de manera sutil a Dios mismo quien le había dado una compañera.
Esa ha sido la constante a través de toda la historia, no sólo para muchos varones, sino para la humanidad en general.
Pero, la Biblia es clara en señalar que Adán no fue engañado, por lo tanto sabía exactamente lo que hacía.
Cuando tenemos conciencia plena de la acción que estamos decidiendo la responsabilidad es mayor. Pero, intentar eximirse de la consecuencia de la decisión agrava la falta, hace que el hecho se convierta en más delicado y grave, porque la persona no está asumiendo lo que hace.
Lamentablemente este primer gesto de Adán marcó lo que sería la relación de los varones y las mujeres. Con su actitud se separó de su esposa, la mantuvo al margen y no actuó como compañero. Simplemente, se alejó como lo hace quien huye de un enemigo. La historia está marcada por esas actitudes que no ayudan en absoluto a la reconciliación de los sexos, porque al contrario, esta forma de pensar sólo aleja y hace que la diferencia se convierta en un abismo.
Muchos comentaristas entendieron que Adán se sentía víctima y no responsable de su acción, por esa razón, los comentarios tendieron a maltratar a Eva y en ella a todas las mujeres que vendrían, y que eran absolutamente inocentes de cualquier situación relacionada a la primera pareja.
Ninguna mujer debería sentirse responsable por la decisión de Eva. Ya con vivir las consecuencias es más que suficiente. Tampoco deberían aceptar interpretaciones sexistas que lo único que hacen es abrir un abismo en las relaciones de varones y mujeres.
En esto estamos todos juntos, cada ser humano ha recibido las consecuencias del pecado. Culpar a otro es tóxico y no ayuda.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado
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