“La misma ley se aplicará al nativo y al extranjero que viva entre ustedes” (Éxodo 12:49)
Ya hemos establecido que no podemos hablar de igualdad en términos absolutos entre varones y mujeres, porque, es innegable que existen diferencias. No obstante, existe una igualdad formal que a veces se obvía y al hacerlo se introduce una noción de injusticia.
Varones y mujeres son iguales ante la ley, es lo que se denomina “igualdad formal”. Nadie puede reclamar privilegios especiales ante la ley. Todo individuo está sujeto a un determinado marco legal y está obligado a vivir dentro de dicho contexto.
Se produce un conflicto cuando se hacen consesiones a un varón simplemente por el género o cuando se va en desmedro de una mujer, simplemente por lo mismo. Algo que es habitual en países árabes, africanos y asiáticos, y en algunos lugares de latinoamérica.
Por ejemplo, en Arabia Saudita está prohibido que las mujeres conduzcan vehículos, es considerado un acto ilegal, se introduce con eso un sesgo sexista en el trato. En algunos lugares de África, si una mujer es violada y queda embarazada, su comunidad la desprecia y la expulsa, porque es deshonrozo, aún cuando ella sea inocente de la situación. En algunos lugares de latinoamérica aún se considera una afrenta que una mujer denuncie a su marido por maltrato, se supone que no debe hacerlo porque es el esposo y debe soportar estoicamente lo que le tocó. Podríamos seguir en ejemplos tomados de diferentes lugares y la conclusión sería la misma, si no hay igualdad formal, se produce un acto de injusticia.
Un cristiano no puede aceptar este tipo de situaciones. Hay suficientes ejemplos de Jesucristo mostrándonos el camino a seguir, como para justificar acciones que no sólo ponen en peligro a las mujeres, sino que hacen un daño profundo a las nuevas generaciones que se ven expuestas a modelos distorsionantes y ajenos al pensamiento de un Dios que “no hace acepción de personas” (Deuteronomio 10:17), en otras palabras, no es parcial ni trata de manera discriminadora a las personas sólo por ser varones o mujeres, todos somos “imagen de Dios” sin excepción.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado
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