Un poder desigual


“La mujer que has visto es aquella gran ciudad que tiene poder de gobernar sobre los reyes de la tierra” (Apocalipsis 17:18)

El poder y su uso son relativos. No sólo cambia de mano, sino que se percibe de manera diferente en contextos distintos. En muchos sentidos el poder es embriagante y produce la sensación de que todo es posible con un poco de poder, de hecho, termina convirtiéndose en una especie de distorsionador de la realidad, no sólo para quienes lo ejercen, sino también para quienes lo sufren.

En la historia humana el poder ha estado siempre repartido de manera unilateral, favoreciendo generalmente a los varones. De hecho, en estados, industrias, y universidades, por poner un ejemplo, los que históricamente han ocupado los primeros puestos jerárquicos en la toma de decisiones han sido varones, las mujeres siempre han sido excepcionales y como tales se las ha tratado.

Esta misma situación ha sido trasladada al interior del hogar y de la relación de pareja. Se ha supuesto normalmente que las decisiones más importantes son prerrogativa masculina, de hecho, en muchos países a los hombres se los llama “jefes de hogar”, lo que supone, evidentemente, que los demás miembros de la familia son subordinados al servicio de quien tiene el poder.

Las mujeres en este esquema han sido condicionadas para vivir en permanente minoría de edad, siendo infantilizadas como si se tratase de niñas eternas que necesitan guía y autoridad para guiar sus vidas.

El problema de este esquema desigual es que crea las condiciones para el abuso, el maltrato, la infantilización, el descrédito, la violencia en todas sus formas, la discriminación, el ninguneo, y otros tantos males que hacen poco viable una relación de equidad donde el varón y la mujer sean tratados como “imagen de Dios” y seres adultos.

No puede haber amor verdadero en una relación donde no hay equidad. Es como pedirle a un esclavo que ame a un amo y que éste ame al esclavo de la misma manera. La disgualda no lo hace posible.

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado


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