“En mi primera defensa, nadie me respaldó, sino que todos me abandonaron” (2 Timoteo 4:16)
Un conocido me hablaba horrorizado de la forma en que las mujeres son tratadas en los países árabes y africanos, especialmente en aquellos de influencia musulmana.
—¿De qué te admiras? —le dije— entre los cristianos pasa lo mismo.
Se quedó mirándome con una cara de enojo y me rebatió que eso era absurdo.
—Bueno —respondí— hablemos de cifras.
El 80% de los femicidios que ocurren en países cristianos son realizados por personas que son creyentes y que asisten a alguna congregación cristiana.
El 75% de los casos más graves de violencia doméstica, lo hacen profesos cristianos que luego están los fines de semana confesándose con su sacerdote o participando en algún culto.
El gran problema es que nos gusta mirar hacia otros lados, pero cuesta mucha hacer un mea culpa que permita entender que los cristianos, en general, tenemos una historia vergonzosa en nuestro trato hacia la mujer.
El gran teólogo anglicano John Stott, sostiene que a través de la historia de occidente a menudo a la mujer “se la trató como juguete y objeto sexual, como cocinera, ama de casa y niñera sin sueldo; como una bobalicona obtusa, incapaz de participar en el debate racional. Sus capacidades no fueron valoradas, su personalidad fue sofocada, su libertad cercenada, y su servicio explotado en algunas áreas y negado en otras” (Stott, 1999:279).
Desconocer la historia y hacer como que no ha ocurrido, es simplemente, una forma errónea de actuar y nunca se podrán aprender formas distintas de actuar si no se aprende de los acontecimientos que ocurren. Necesitamos reconstruir una historia donde Jesús sea el centro y él guíe nuestras acciones, haciendo que el trato entre los sexos sea conforme al modelo que él nos ofreció.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Ser mujer no es pecado
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Muy bien, excelente reflexión.
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