El fundamento de la perfección



“Dichosos los humildes” (Mateo 5:5a)

En algunas teologías la humildad es un requisito indispensable para poder alcanzar la perfección cristiana. En ese caso, se convierte en un medio salvífico y se considera que es el eslabón fundamental para ser aceptado por Dios. Es lo que pensaban personajes como Agustín de Hipona y otros. Pero, hay que observar con cuidado dicha premisa.

En las teologías que ponen su acento en la obediencia y la obra humana, sin duda, mostrar evidencias de cambio es fundamental para “probar” que se ha “ganado” la salvación, o al menos, se han hecho merecedores de la gracia.

Uno de mis profesores de teología, que murió aspirando a la perfección, nos decía: “Hay que ser justos para ser justificados”, en otras palabras, mientras no seas bueno, no serás salvo.

La sutileza de la justificación por obras nos lleva irremediablemente por un camino de autojustificación y también de soberbia, que es todo lo contrario de la humildad, porque los que creen hacer “méritos” de salvación, aparte de ser individuos que viven con una carga enorme de culpa, son lapidarios con los errores de otros. Evidentemente, porque no pueden comprender como alguien puede aspirar a la salvación sin “demostrar” que es salvo. En ese caso, la demostración sería el aval de la salvación.

Desde la justificación por la fe la mirada es diferente. Hay que empequeñecerse ante la gracia, porque quien sabe que es pecador no espera nada, no aspira a nada y todo lo que recibe de Dios, lo acepta como una dádiva inmerecida. En ese sentido, sólo en el contexto de la gracia la humildad tiene sentido, en tanto, es la vivencia de quien sabe que no merece nada y de parte de Dios recibe todo. La gracia nos convierte en agradecidos, la justificación por obras, por el contrario, nos torna en orgullosos.

“Para llegar a ser grande hay que empezar haciéndose pequeño” (Agustín de Hipona)



Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: 
REFLEXIONES AL AMANECER





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