“Dichosos los humildes” (Mateo 5:5a)
La humildad no es una postura ni siquiera una intención, porque de serlo, deja de ser “humilde”. Es un efecto de otras decisiones y que en general, las personas que lo reciben, no lo perciben.
Alguna versiones traducen “los mansos”, cosa que expresa mejor el sentido de la expresión griega original. La palabra que se usa en griego (praus), designa a una persona que es capaz de resolver los conflictos interpersonales de una manera pacífica, sin tener que recurrir a la violencia. La gente que actúa al contrario, intenta resolver por la vía de la imposición y el no respeto, generando, de esa forma, más conflictos.
Ser manso no tiene nada que ver con pasividad o dejar que otros nos avasallen. Al contrario, se necesita una actitud proactiva para reaccionar, puesto que ser manso es, en muchos sentidos, una actitud que implica estar constantemente alerta y firme en las convicciones, sin reaccionar de mala manera frente a gente que tiene otras maneras de actuar.
La violencia nunca es la salida. Los actos violentos generan una espiral que no se acaba. Es preciso detenerse, llegar a acuerdos, y buscar conscientemente resolver los problemas por la vía pacífica, puesto que es la única forma válida para avanzar en una sociedad justa.
En este sentido es preciso hablar de los troles cristianos. De aquellas personas que dicen amar a Dios, pero lejos de ser humildes y mansos, se muestran soberbios, orgullosos, replicadores, violentos, insultantes, agresivos, y llenos de malas expresiones hacia quienes no comparten sus puntos de vista o no creen lo mismo que ellos. Nunca una persona violenta llevará a alguien a los pies de Cristo, al contrario, lo alejará aún más.
“Cuando no hay humildad, las personas se degradan” (Agatha Christie)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez.
Del libro inédito:
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REFLEXIONES AL AMANECER
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