“No te dejas influir por nadie porque no te fijas en las apariencias” (Marcos 12:14)
Está probado que toda persona tendrá algún tipo de influencia sobre al menos en diez mil personas a lo largo de la vida. Obviamente, con individuos que ocupan puestos de liderazgo o que ejercen labores que producen impacto social como un escritor, un pastor, un docente, o un político, esta cifra puede aumentar exponencialmente.
Jesús fue el único hombre al que se le dijo que no se dejaba influenciar por nadie, pero es una verdad a medias, claro que no permitía que los estereotipos y prejuicios de otros nublaran su mente, no obstante, recibió la influencia de su madre y su padre, y además, de Dios mismo.
Si entendiéramos que nuestra vida influye en otros, entonces, podríamos entender que cada paso que damos en la vida, es de algún modo, un proceso en el cual damos y recibimos.
Desde el momento en que nacemos somos influenciados, en ese caso, por nuestros padres o por el entorno en el que crecemos. A medida que nos desarrollamos, nosotros somos fuente de influencia para otros.
El mandato bíblico es que seamos una influencia direccionada. Es decir, que actuemos conscientemente al influir en las demás personas, pensando, en que conozcan al único Dios verdadero, precisamente porque nosotros lo conocemos primero.
El que ama a Dios buscará de todos los modos posibles hacer que otras personas conozcan a Dios. Intentará, de modos adecuados ser fuente de inspiración en la vida de otras personas. Su influencia será positiva e influirá para que otros puedan experimentar el gozo de la vida cristiana y la esperanza de un mundo mejor. No se entiende la influencia del cristiano de otro modo.
“Hasta las personas más insignificantes ejercen cierta influencia en el mundo” (Louisa May Alcott)
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez.
Del libro inédito:
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REFLEXIONES AL AMANECER
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