Plenamente saciados

“Yo soy el pan de vida —declaró Jesús—. El que a mí viene nunca pasará hambre, y el que en mí cree nunca más volverá a tener sed” (Juan 6:35)
 
Las promesas bíblicas tienen un contexto. En caso de la bienaventuranza de tener “hambre y sed” de justicia, se completa en la medida en que entendemos que nunca encontraremos paz y satisfacción en nosotros mismos. Jesucristo lo aclara de manera magistral. Él es el pan, sólo los que vayan a él serán saciado. Él es el agua, sólo los que acudan a su presencia nunca volverán a tener sed. Ese mensaje claro y sin doblez nunca debería perder vigencia ni sentido.

Uno de los engaños más extendidos y certeros que ha sufrido el cristianismo ha sido convencer a muchos creyentes que la capacidad de cambio reside en sí mismo, lo que ha llevado a un burdo intento de santificación basada en normas y perfeccionismos formales que sólo traen frustración y alejamiento de la libertad que da Cristo.

Por otro lado, otra cara del engaño es llegar a creer que somos aceptados por Dios cuando nos hacemos merecedores de su gracia, de allí que debamos hacer algo para que “la muerte de Cristo cuente”, como dice un legalista con el que suelo hablar, sin lograr entender ese afán de minimizar el sacrificio de Cristo e incluso, negarlo en los hechos.

Si la salvación dependiera de nosotros, ¿por qué tener hambre si seríamos capaces de auto saciarnos? ¿Por qué tener sed, si seríamos capaces de encontrar nosotros mismos la fuente de agua? La verdad sea dicha, tal como Jesús lo revela, sólo en Él tenemos satisfacción para nuestro hambre existencial. Sólo Cristo puede darnos el agua de vida que ayude a que nuestra existencia tenga sentido y lógica. Sin él no somos más que legalistas vacíos.

"Mejor que el hombre que sabe lo que es justo es el hombre que ama lo justo" (Confusio)

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: 

REFLEXIONES AL AMANECER

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