Pobres


“Dichosos los pobres en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece” (Mateo 5:4)

La pobreza de la cual habla el texto es la de aquel que no tiene absolutamente nada. La expresión que se utiliza en griego para dicha palabra es ptojos, es decir, alguien que no posee nada. Está en la total indefención. Lo que dice, aparentemente es “bendito aquel que no tiene absolutamente nada”.

¿Cómo así? La pobreza es una maldición. En sí misma es una consecuencia del pecado. Pretender tener dicha en medio de la pobreza es contradictorio con un Dios que ha prometido todo a sus seguidores. Sin embargo, eso es precisamente lo que está diciendo, pero hay que entenderlo a la luz de la palabra que viene a continuación.

En hebreo, que es la lengua en la que hablaba Jesús, pobre era aquel que no teniendo nada lo único que le quedaba era confiar en Dios. Es como decir, cuando te caes a un pozo no te queda otra alternativa que mirar al cielo.

El pobre de espíritu, en este texto, es aquel que estando completamente consciente de su pobreza absoluta, pone toda su confianza en Dios.

La riqueza, que no es mala en si misma, se convierte en un escollo muy grande para que las personas tengan la necesidad de mirar hacia el cielo y poner su atención en la divinidad. Los ricos o quienes teniendo bienes no ven razón para clamar, son ahogados en su propia riqueza.

El pobre consciente de su necesidad, es capaz de alzar su vista hacia el cielo y confiar en ese Dios soberano que ha puesto su mirada compasiva sobre el que carece. Mientras el ser humano se aferre a cosas, temporales, materiales, descartables, no podrá experimentar la profundidad de la dependencia de Dios, y ese sentido, siendo rico será el más mísero.


“La persona que es pobre en espíritu se ha dado cuenta de que las cosas no quieren decir nada, y Dios quiere decir todo” (William Barclay)



Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: 
REFLEXIONES AL AMANECER

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