La roca de la salvación



“Vengan, cantemos con júbilo al Señor; aclamemos a la roca de nuestra salvación” (Salmo 95:1)

Me crié frente al mar. En el verano solía ir con mis hermanos a la playa. Me tocaba cuidarlos, por esa razón no los llevaba a un lugar totalmente abierto sino donde habían rocas. Se formaban pozas en la orilla y allí podía cuidarlos mejor. Además, el tener rocas cerca a ellos y a mi me daba más tranquilidad, en cualquier momento podían aferrarse a una roca y salir del agua. En cambio, a unos doscientos metros estaba la playa abierta, nunca iba allí con mis hermanos, no había roca por ningún lado, así que si llegaba una ola y te llevaba mar adentro no había de donde aferrarse. Los que nos criamos viendo la orilla del mar entendemos claramente lo que significa una roca de salvación.

El concepto “roca” para referirlo a Dios es poderoso. Denota una idea de seguridad y de firmeza. Podemos estar seguros asentados sobre la roca, sin temer qué podría ocurrirnos. Cuando no tenemos algo a qué aferrarnos, los seres humanos vivimos inestables.

Dios es nuestra roca. No la doctrina ni la iglesia ni los pastores. Dios, y nada más que Dios. A veces confundimos las cosas y convertimos los medios en fines. La doctrina tiene un fin, ayudarnos a comprender a Dios, pero no es Dios, de hecho, toda doctrina teológica es perfectible, porque los seres humanos no tenemos el absoluto sino una vislumbre.

La iglesia no es la roca. Por eso que la invitación nunca debe ser incoporarse a una iglesia y hacer creer a las personas que son salvas por pertenecer a una congregación religiosa. Nadie se salva por ser prosélito de una denominación. Cristo es la roca, y la iglesia, un medio para ayudarnos a vivir la comunidad cristiana que debería colaborar con nosotros en estar cerca de Jesús. Si la congregación en la que estamos no nos ayuda, y al contrario es tóxica, entonces, debemos buscar otra, y punto, porque es sólo un medio no un fin.

Los pastores tampoco son un fin. En tiempo de Pablo él ironizó este punto cuando señaló el absurdo de decir: “‘Yo sigo a Pablo’; otros afirman: ‘Yo, a Apolos’; otros: ‘Yo, a Cefas’; y otros: ‘Yo, a Cristo’”. Esas divisiones no ayudan. Sólo Jesús es la roca, nadie más.

 Telarañas de seducción

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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