Dar señales de arrepentimiento



“Tú, oh Dios, no desprecias al corazón quebrantado y arrepentido” (Salmo 51:17)


Una persona tuvo un grave problema matrimonial. Por sanidad mental y porque el asunto no daba para más resolvió romper su pacto marital. Se fue. Se alejó de una esposa tóxica que no quería pedir ayuda. No quiso continuar con alguien que lo maltrataba constantemente. No aguantó más estar en un contexto donde la religión era utilizada como un medio de extorción y condena.

Evidentemente fue criticado y excluído, especialmente, porque era pastor. Se mantuvo como miembro en la misma congregación que había pastoreado, muchos de sus hermanos lo recibieron gozosos y con una actitud de perdón. Sin embargo, los líderes religiosos lo trataron con frialdad. Otro colega pastor lo animó con fuertes palabras a no volver más a la iglesia porque había manchado el buen nombre de la congregación. Aunque le dolió siguió yendo porque entendía que ese hombre no estaba por sobre Dios con quien se sentía en paz.

Al tiempo decidió unir su vida a otra persona. No existía el divorcio legal y no había forma de anular su anterior compromiso, así que eligió vivir en esas condiciones, con la esperanza de que algún día cambiase la ley y pudiera iniciar una relación con todas las de la ley. Con el tiempo nacieron dos hijos. Su hogar prosperaba. Estudió otra carrera y rehizo su vida laboral. Todo marchaba bien, excepto, que los líderes no le perdonaban que ahora vivieran “en pecado”, como si el pecado de la condena y discriminación que ellos hacían fuera una falta menor.

A los años logró anular su matrimonio porque se promulgó la ley de divorcio. Se casó formalmente. Sin embargo, aunque todo se arregló en su vida matrimonial, los líderes religiosos siguieron insistiendo en que él nunca podría ser bautizado ni ser restaurado. Uno de ellos llegó a decirle:

—Tal vez, si en veinte años más aún te mantienes fiel a tu esposa, podríamos pensar en bautizarte (ya habían pasado 18 años desde su separación y quince que vivía con su actual esposa).

Ojalá esos líderes de mentes entenebrecidas me leyeran. La actitud de no perdonar y no restaurar no es de Dios. Es una ignominia para el cristianismo. Es una afrenta a la cruz de Cristo. Es un horror en el contexto de un Dios que perdona y restaura.



Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez 
Del libro inédito: Lazos de amor

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