La misma mano que acaricia



“Tomó, pues, todo lo que poseía, y emprendió la huida” (Génesis 31:21)

Al huir Jacob tomó todo lo que poseía y huyó de su suegro Labán. Lo que la Biblia no dice de manera explícita es que esas posesiones incluían esposas, hijos y esclavas. Es decir, él, conforme a la época, consideraba que otros seres humanos eran su posesión personal. Durante todas las épocas los seres humanos han luchado con esta idea. Con erradicar esa idea falsa de que es posible poseer a otro ser humano, y esto, es especialmente cierto en cuestiones del amor, donde los que aman se sienten dueños o dueñas del objeto amado, lo que hace la relación más frágil de lo que imaginan, porque poseer a otro ser humano, limita la libertad y drena la capacidad de crear y crecer.

Bauman afirma, con claridad meridiana: “Eros no puede ser fiel a sí mismo sin practicar la caricia, pero no puede practicarla sin correr el riesgo del dominio. Eros impulsa a las manos a tocarse, pero las manos que acarician también pueden oprimir y aplastar” (Bauman, 2006: 23). La misma mano que acaricia puede convertirse, en su acción y en su reacción, en la extremidad que aprisione, que asfixie y que no permita al amor florecer de manera sana.

En más de alguna oportunidad he escuchado lo mismo en la consulta de la terapia matrimonial:

—Su amor me asfixia —me decía una mujer joven, profesional e inteligente, casada con alguien que creía que amar era mantener al otro bajo su dominio.

—Sé que ella me ama, pero su control me mata —afirmaba otra persona, en este caso, un médico respetable, con una vida externa impecable, pero con una vida matrimonial paupérrima. Controlar, no tiene nada que ver con el amor, al contrario, es un rasgo de neurosis propio de gente atacada por un miedo enfermizo a perder.

—Quiero separarme, no por que no lo ame, sino porque no quiero enfermarme —me decía una mujer, que tras veinte años de matrimonio dijo ¡basta! a un marido que quería estar en todo con su esposa, sin dejarla ni a sol ni a sombra, convertido en una especie de padre sustituto de una niña menor de 6 años a la cual hay que cuidar permanentemente.

Si no se ponen límites, el amor que acaricia puede convertirse en la mano que oprime y luego, esa misma mano enfermar sin cura.



Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez 
Del libro inédito: Lazos de amor

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