“Alaben al SEÑOR, porque el SEÑOR es bueno” (Salmo 135:3)
Ayer hablamos de la soberbia de intentar imponer a otros nuestros criterios de adoración suponiendo que son los únicos válidos. Ahora, intentaremos reflexionar sobre la segunda parte del versículo, que sugiere algo que muchas veces pasamos por alto: Dios es bueno.
En el contexto de un Dios bueno me resulta contradictoria e incoherente la intolerancia y la actitud beligerante que muchos cristianos asumen con otras personas que no comparten sus criterios.
Hace poco una dama, con poco tino y sabiduría, aunque no dudo de su honestida me decía:
—Dios odia a las personas que les gusta esa música.
Y a continuación se refería a un determinado estilo musical que a ella en particular le parecía absolutamente reprobable.
Al leer estas frases me produce desazón suponer que alguien pueda creer en un “Dios bueno” que al mismo tiempo “odie a personas” y por algo tan subjetivo y culturalmente condicionado como es la música. Eso no sólo es un exceso sino que además es desconocer absolutamente el carácter de Dios santo y lleno de amor.
El que a mi en particular no me agrade determinado tipo de música no significa que per se es reprobable, es simplemente, que mi gusto personal no se adecúa con dicho estilo musical. Pero, ante esto salen los fariseos que nos rodean y me dicen:
—Es que a Dios no le agrada esa música y rechaza a quienes la interpretan.
Nuevamente, sin sorna ni ironía les pregunto:
—¿Escucharon alguna vez algún coro de ángeles? ¿Tienen un CD o DVD enviado por Dios con la métrica y armonía de la música que a él le agrada?
Hablar a nombre de Dios siempre es un riesgo. En primer lugar, porque supone presunción de que un humano sea capaz de interpretar a Dios. Lo único que sé es que Dios es bueno, y en su bondad no podría ni rechazar a un adorador honesto que adora con lo que conoce, ni menos odiar a quien interpreta una música supuestamente no deseable por la divinidad.
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Salmos de vida
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