Ni siquiera uno



“Desde el cielo mira el Señor a los hombres para ver si hay alguien con entendimiento, alguien que busque a Dios. Pero todos se han ido por mal camino; todos por igual se han pervertido. ¡Ya no hay quien haga lo bueno! ¡No hay ni siquiera uno!” (Salmo 14:2-3).

Los versículos que encabezan esta reflexión muestran una realidad cruenta que muchos se niega a ver: El ser humano, está herido de raíz por el pecado, que no puede abandonar, porque en muchos sentidos es parte de su naturaleza. El apóstol Pablo toma las mismas palabras y le da una connotación distinta: “¡No hay ni un solo justo!” (Romanos 3:10).

Si lo miramos de manera fría y analítica, ningún ser humano es culpable de haber recibido una herencia pecaminosa. Si fuéramos culpabilizados por eso, simplemente, Dios sería injusto por ponernos una carga que no hemos elegido. Nadie, en su sano juicio, eligiría un mundo pecaminoso.

El texto señala otra cosa, la gente se pervierte, es decir, deja que su pecado latente se haga evidente, cuando se aleja de Dios. Cuando se deja de buscar a Dios, entonces, no tiene mucha esperanza y termina convirtiéndose en algo muy distinto a lo que Dios ha planeado.

Como es injusto que seamos culpabilizados por algo que no elegimos, Dios creó el plan de salvación de manera objetiva. Cristo muere por nosotros, para darnos la oportunidad de ser libres. Es lo que magistralmente señala el apóstol Pablo cuando dice que en Cristo hemos sido libertados (Romanos 6: 18).

El problema no es la elección de Dios, que ya la ha hecho: Decidió morir por nosotros. El quid del asunto es entender que somos nosotros los que elegimos a Dios o no. Si hacemos lo primero, entonces, tenemos como fruto la santificación (Romanos 6:22). Es decir, comienza un proceso de transformación milagrosa de nuestra condición pecaminosa. Algo que no surge de nuestra voluntad, sino del milagro que Dios comienza a obrar en el ser humano. Con Dios todo es posible, sin Dios, continuamos siendo los mismos: Esclavizados al pecado que hemos heredado.

No obstante, el cambio obrado por Dios en nosotros no es lo que produce la salvación sino el hecho objetivo de la encarnación.



Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: SALMOS DE VIDA 

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