Ven a mi



“Escúchame cuando clamo a ti” (Salmo 141:1b PDT)

Hay momentos en que el salmista parece, derechamente, blasfemo por la forma en que se dirige a Dios. En este caso, parece estar dándole una orden a la divinidad. Las diferentes versiones dejan establecido esta intencionalidad del texto: “Ven enseguida, presta oido a mi voz cuando te llamo” (Castillian). En este caso, Dios parece ser el siervo y no el que ora.

Varias traducen “Ven presto a mí, escucha mi voz cuando a ti clamo” (Jer98); o, “apresúrate a venir a mí. Escucha mi voz cuando te invoco” (NBLH); en ambos casos, la impresión es que la impaciencia no le permite al salmista más que exigir.

Algunas más dramáticas traducen: “ven a mí sin demora, oye mi voz cuando te grito” (BLA). “Apresúrate a socorrerme” (NC). Reflejando en estas traducciones un sentido de urgencia y necesidad extrema, donde la presencia de Dios se considera vital para la situación que se está enfrentando.

Lo que exudan estas traducciones es autenticidad. El salmista no teme dirigirse a Dios en los términos cercanos y familiares en los que lo hace. No cae en el error del rezo o de la oración formal, que tanto mal le hace a la relación del individuo con Dios. Simplemente expresa lo que siente sin ningún tipo de atavismo o excusa. Lo necesita y listo, tal como haría un niño con su padre, sin tener que dar explicaciones por dirigirse a su progenitor de la manera en que lo hace, sintiendo no sólo la confianza sino también, el derecho a hacerlo.

Jesús repitió en muchas ocasiones que debíamos ser como niños (Mateo 18:3; 19:14; Marcos 10:14; Lucas 10:21; Lucas 18:16). No quería decir que fuéramos irresponsables o que no actúaramos con sabiduría, sino que tuviéramos la honestidad y la espontaneidad que tiene un niño cuando interactúa con sus padres. Los niños no se guardan sus sentimientos y no tienen miedo de pedir, e incluso, exigir a sus progenitores lo que les parece necesario.

Dios no se molesta con nuestra forma espontánea de acercarnos, esa idea absurda la han creado gente que está lejos de Dios. La divinidad ha dado muestras suficientes de que lo que más le agrada del ser humano es su cercanía y no la lejanía de las formas.


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez 
Del libro inédito: Salmos de vida

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