Envidia que enferma



“La envidia corroe los huesos” (Proverbios 14:30)

Hace poco recibí un email furibundo de alguien que me insultaba y me llenaba de epítetos irrepetibles sólo porque al revisar mi cuenta de Facebook había observado que continuamente viajo. Quiso hacerme aparecer como la peor persona del mundo. Cometí el error de contestarle, en privado, y en vez de hacerlo reflexionar, sus insultos aumentaron en cantidad y proporción. La envidia ciega. Hace que personas razonables se comporten como estúpidos. Convierte a individuos buenos en los peores de su clase. ¿Por qué? Simplemente, porque la envidia enferma.

El que escribió el proverbio que encabeza esta reflexión no era médico, psicólogo, orientador, ni nada por el estilo, pero ya sabía lo que es evidente. Los envidiosos y envidiosas sufren de “cárcoma de los huesos”, pero también de la mente y de las emociones. Son personas tóxicas que a los primeros que envenenan es a sí mismos porque al estar infelices por los logros ajenos, terminan haciendo su propia vida un infierno.

La envidia es en primer lugar, tal como dice Unamuno en la frase final, es un problema espiritual, no necesariamente con Dios, pero si con entender que todos los seres humanos son distintos y que han recibido talentos y dones diferentes. Envidiar lo ajeno no hace más que distraernos de vivir y emponderarnos de nuestros propios talentos y dones.

Las personas envidiosas deben aprender a apreciarse a sí mismos y descubrir formas de vivir que les haga ser felices, sin tener que fijarse en el patio de al lado.

Este año visitaré Costa de Marfil, Marruecos, Rusia y Taiwan. ¿Estaría mal que le enviara fotos a mi enemigo envidioso? Es una broma, no lo haré, pero prefiero reírme a sentir tristeza.

“La envidia es mil veces más terrible que el hambre, porque es hambre espiritual” (Miguel de Unamuno)



Copyrigh: Dr. Miguel Ángel Núñez. 
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer 


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