¿Quién puede decir: Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi culpa? (Proverbios 20:9 SA)
La versión de Serafín Ausejo traduce captando el sentido original del texto. Pone el acento de la purificación en el individuo. Entiende que el llegar a ser puro es un acto de esfuerzo humano, por eso puede decir, en total negación: “Purifiqué mi corazón” y “estoy limpio de mi culpa”.
Lo lamentable es que hay personas que lo creen. Afirman haber llegado a un estado de impecabilidad que los hace andar por la vida como si estuvieran libres de toda culpabilidad.
He conocido personas que han hecho del régimen pro-salud el centro de su vida y condenan a todo aquel que actúa como ellos, y creen, absurdamente, que abstenerse de carnes y otros alimentos, los pone por sobre otros. Suelen ser críticos, amargamente litigantes e intolerantes con quienes no viven como ellos. De esa forma, mantienen una reyerta continua con sus hermanos, a quienes llegan a considerar sus enemigos personales, pero, por absurdo que parezca no ven nada de malo en eso.
Conozco a otros que defienden la “verdadera adoración”, un mito inventado por alguien ocioso, porque hay tantas culturas y formas de ver la vida que llegar a la conclusión de que “mi forma de adorar” es la verdadera, es convertir un gusto personal en norma. Alguna vez expuse algunas ideas a un fanático fundador de un grupo de internet que divulga películas (santas) y música (sagrada), y sus respuestas aparte de ser insultos, terminaron con un “me gustaría que te murieras”, y extrañamente, se siente cerca de Dios y no ve pecado en desear la muerte para alguien.
El legalismo es peligroso. Radicaliza la mente y crea personas fanáticas, extremas, rencorosas, peleadoras, descalificadoras, mal habladas, negando su propia condición al no entender que todas esas conductas simplemente, son pecado.
“Una de las más graves constantes del legalismo es su sensibilidad a las faltas de los demás” (Roberto Badenas).
Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer
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