Hombres buenos





“Aclamad al Señor, hombres buenos; en labios de los buenos, la alabanza es hermosa” (Salmo 33:1)

Este versículo parece una contradicción con el resto de la Escritura. Pablo dice claramente: ““¡No hay ni un solo justo!” (Romanos 3:10). No hay forma de llegar a ser bueno por sí mismo ni por obedecer, de hecho el mismo apóstol señala taxativamente: “Porque Dios no declarará justo a nadie por haber cumplido la ley, ya que la ley sirve tan solo para hacernos saber que somos pecadores” (Romanos 3:20).

Sin embargo, en otras secciones de la Biblia si se habla de justos. En Romanos 4:3 se dice que Dios aceptó a Abraham entre los justos. Es decir, lo consideró un hombre bueno, ¿por qué?

Sin duda, no por su obediencia ni por el cumplimiento de la ley como enseñan quienes opacan la gracia de Dios, sino porque tuvo fe, porque confió en Dios aún sin tener todas las evidencias para confiar plenamente. Eligió estar de parte de Dios aún sin tener todos los puntos a favor.

En ese razonamiento Pablo dice: “Al que cree en Dios, que hace justo al pecador, Dios le toma en cuenta la fe para aceptarle como justo, aunque no haya hecho nada que merezca su favor” (Romanos 4:5). La justicia es un don de Dios. El que hace “bueno” a alguien es Dios, no es una cuestión humana, no se trata de esfuerzo ni de voluntad, sino de elección.

El problema es que algunos enseñan que en el momento en que aceptamos a Dios tenemos el deber de convertirnos en justos, como si eso dependiera de nosotros. Clamamos por cambios que van más allá de nuestra voluntad y la capacidad de transformación que podemos generar. Esa es la base del legalismo, creer que la actitud de Dios depende de nuestra conducta.

Lo real es que somos buenos, exclusivamente porque Dios nos declara justos, porque él nos considera buenos, no por nuestros méritos como dice Pablo, sino por lo que Jesús ha hecho por nosotros. Porque el cordero ha sido inmolado y ofrecido en sacrificio vicario por nosotros. Cualquier otra idea es simplemente, un error teológico grave.

“No puede ser considerado predicación del evangelio, predicación apostólica, o predicación bíblica, aquello que no tiene a Cristo como su tema principal” (Don Fortner)

Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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