Justicia propia



"Porque yo les doy testimonio de que tienen celo de Dios, pero no conforme a ciencia. Porque ignorando la justicia de Dios, y procurando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree" (Romanos l0:2-4)

El apóstol Pablo deja claro que no se trata de celo sino de justicia. Se puede ser apologeta de la fe y estar equivocado, por estar defendiendo un modelo que se sustenta en la justicia propia y no en la justicia de Dios. El problema es que el hilo de separación es demasiado sutil para algunas mentes que no alcanzan a captarlo plenamente.

¿Qué es ignorar la justicia de Dios? El que pregunta es Pablo, un fariseo de fariseos, un individuo que comprende claramente lo que es vivir bajo el manto de la seguridad de estar cumpliendo “normas” y creer que por esa razón se tiene el favor divino por derecho propio.

Quienes optan por el camino de la justicia propia ignoran la obra vicaria de Cristo y creen, equivocadamente, que la gracia es incompleta y se precisa algo más para obtener el favor divino. Suelen llamarle a la gracia, tal como la presenta la Biblia, “gracia barata”, como si la cruz y el sacrificio de la encarnación hubiera sido un precio bajo por la salvación humana.

El apóstol es tajante al decir que quienes eligen el camino de la justicia propia no “se sujetan a la justicia de Dios”, porque “el fin de la ley es Cristo”, concepto que ya ha escrito a los Gálatas que se habían alejado de la justicia santificadora de Dios para elegir la presunción de la justicia propia. Eso convierte al legalismo en una suerte de carrera para probar que se es digno, cuando la misma Biblia plantea que nadie lo es.

“El legalismo es una visión distorsionada de la salvación que tiende a sacralizar la función mediadora de las prácticas eclesiales” (Roberto Badenas)


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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