Obediencia y salvación



“Dijo entonces el Señor: Por cuanto este pueblo se me acerca con sus palabras y me honra con sus labios, pero aleja de mí su corazón, y su veneración hacia mí es sólo una tradición aprendida de memoria” (Isaías 29:13)

Muchos de los críticos de la gracia afirman que quienes defendemos el modelo bíblico de la salvación estamos en contra de la obediencia, lo que es falso. Lo que afirmamos es que la obediencia, en ningún caso, es condición de salvación. Nadie se salva por ser obediente a principios y normas, sino que el cambio y la transformación deviene como un resultado de la convivencia con un Dios de gracia.

A diferencia del legalismo, en la teología de la gracia se enseña que no hay una norma absoluta que deba ser guardada para que de esa forma obtengamos el favor de Dios. La gracia es un regalo inmerecido que costó, claro, la muerte y la encarnación de Cristo.

Toda justicia humana es un “trapo sucio”, usando la expresión de Isaías, que no sirve para obtener el favor divino. No se trata de “convencer” o “pagar” por la salvación, sino de aceptar el regalo de la gracia que viene acompañado por un proceso de cambio y transformación que en la jerga cristiana se denomina santificación.

No hay un momento donde pueda llegar a decir de manera absoluta “soy santo” y “dejé de pecar”, y ahora, entonces, soy salvo. Sólo decirlo suena a presunción y orgullo espiritual.

En la dinámica de la acción de Dios por el ser humano quién ha pagado la deuda ha sido Jesús mismo mediante el acto redentor de la cruz. Los seres humanos que lo aceptan son redimidos y ya está, sin más que agregar, aunque el legalismo no lo acepte.

“El legalismo representa el triunfo del formalismo y la primacía de normas y preceptos sobre las vivencias espirituales que comportan libertad y creatividad” (Roberto Badenas).


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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