Juzgar y ayudar



“Dios juzgará los secretos de toda persona” (Romanos 2:16)

Cuando Pablo está hablando de “juicio” y “juzgar” está pensando en la concepción hebrea. El apóstol nunca dejó de ser judío en su pensamiento y en la manera que tenía de abordar las diferentes problemáticas que le tocaba encarar.

La raíz del verbo hebreo juzgar (spt) es la misma que ayudar. Eso implica que en su sentido más primigenio “el derecho no consiste tanto en señalar quién tiene razón y quién es culpable en un litigio, como en asegurar el restablecimiento de la armonía rota por una acción injusta” (Badenas 2000:65).

En los juicios judíos, donde no había abogados ni fiscales, y cada persona tenía el derecho de presentar sus propios testigos y argumentos a favor de su causa, los únicos que decidían eran los jueces que actuaban como garantes del derecho y buscaban la restauración de la armonía perdida.

Sin embargo, la función de los jueces no era buscar una condena sino procurar que se hiciera la restauración adecuada con el fin recuperar la armonía. No se pretendía inflingir al acusado una pena que lo destruyese, sino darle la oportunidad de enmendar su falta y continuar su relación con la comunidad de manera armoniosa.

El gran problema del legalismo es que no busca la redención del pecador, sino su condena. No está contento con acusar, pretende que la persona que ha fallado reciba una pena que le haga sentir dolor y vergüenza, como si de eso se tratara la justicia. No es búsqueda de armonía sino venganza, y ponen a Dios como el supuesto garante de esa conducta, convirtiéndolo en un ser monstruoso sin empatía, compasión ni misericordia con los yerros humanos. Si le hacemos caso a la caricatura que los legalistas presentan de Dios es horroroso la imagen que muestran.

“Cualquier legalismo que impide la libertad está destituido de la vida cristiana” (Samuel Pérez Millos)


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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