Preceptos y salvación



“Por medio de la ley viene el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20)

En la ley rabínica se enseñaba que “Dios santifica mediante los preceptos” (citado por Badenas, 2000:212). Con esa máxima se hace depender la santidad de las obras humanas trasladando el esfuerzo del cambio y la transformación exclusivamente al hombre. No se lo dice, pero con esta frase, la acción divina queda reducida o simplemente, no existe.

En este contexto, hablar de “gracia” pierde sentido. La sóla expresión de un Dios regalándo la salvación no tiene lógica ante un cuadro de seres humanos buscando ser salvos por méritos propios. ¿Para qué entonces el sacrificio de Cristo? ¿Qué sentido tendría su muerte vicaria?

El legalismo se convierte en norma de sí mismo. Nada que no sea obedecer, cumplir preceptos y seguir normas de conducta son atendibles y legítimas. La religión es evaluada en función de la práctica religiosa. No hay lugar para el equívoco, la persona debe seguir la norma y entender que es la única vía para acceder a la salvación, de esa manera se desacredita el valor de la encarnación y el sacrificio de Cristo que deviene sólo en un hecho anecdótico sin más poder que un acto de entrega de amor que sólo demuestra eso, el amor, pero nada más.

En dicho contexto, el ser humano se convierte en el artífice de su propia salvación. Cada persona debe protagonizar su propia vía salvífica al tener que demostrar una y otra vez que es digna de ser justificada.

En otras palabras, sus obras lo justifican o se hace digno de ser justificado mediante sus acciones. Algo que contradice totalmente la postura bíblica de la gracia y del ofrecimiento incondicional de un Cristo en la cruz ofrendado por la humanidad.

“Lo peor del legalismo es que devalúa todo lo que se halla fuera de su marco legal y lo desacredita con la lógica del desprecio” (Roberto Badenas).


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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