Santificación



“La obra santificadora del Espíritu” (1 Pedro 1:2)

Muchos creyentes a través de los siglos han llegado a creer equivocadamente que la santificación es resultado de su esfuerzo y de lo que hacen. Los legalistas creen que su conducta y lo que realizan es la base de la justificación y la santificación. En otras palabras, tienen la convicción de que son aceptados por Dios por lo que hacen. “Su” obediencia se convierte en garantía de salvación. De ese modo, el sacrificio y la encarnación de Cristo son opacados y sus esfuerzos maximizados y exaltados.

No logran entender que tanto la justificación como la santificación son obra milagrosa de Dios y perrogativa divina en toda su extensión. Ante la fragilidad y debilidad humana se manifiesta el poder extraordinario de Dios que provee la gracia salvadora a personas que no son capaces por sí mismos de alcanzar salvación.

Los legalistas caen en el absurdo de ser enanos que pretenden alcanzar la cima de un rascacielos con un salto, o escalando las paredes exteriores del edificio sin ningún tipo de apero ni ayuda, sólo con el deseo y el orgullo de creer que son capaces.

Suelen aferrarse a cuestiones “alcanzables” y normas consuetudinarias o culturales, como fin último de la religión. Comida, bebida, vestido y hábitos de diferente tipo se convierten en motivo de amargas disputas, reyertas y discusiones, que tienen como objetivo hacer al individuo “un mejor cristiano” y “ganar” la salvación.

¿Mejor cristiano? Nunca Jesús habló de comida, bebida o cuestiones tangenciales como elemento característico de sus seguidores. Se refirió al amor, la justicia y un buen trato como característica de sus discípulos, cuestión que los legalistas generalmente pasan por alto.

“El legalismo desafía los fundamentos del cristianismo” (Raúl Silebi)


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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