La paradoja del legalismo



“Por tanto, no tienes excusa tú, quienquiera que seas, cuando juzgas a los demás, pues al juzgar a otros te condenas a ti mismo, ya que practicas las mismas cosas” (Romanos 2:1)

Los legalistas son extraordinariamente apegados a la “obediencia”. Hacen del obedecer el centro de su vida. Lo enseñan e intentan vivirlo, incluso, aunque su inteligencia les dice que por mucho que se esfuercen no podrán cumplir de manera absoluta. El problema, es que no se dan cuenta que en este esfuerzo por la obediencia se van convirtiendo paulatinamente en personas amargas, rígidas y terriblemente críticas con el actuar de otras personas. Cumplen todas las normas imaginables, al menos en su mente, pero se dedican a juzgar de manera implacable a quienes supuestamente no viven la norma, lo que constituye una paradoja toda vez que el juicio a otros anula sus esfuerzos por ser justos toda vez que Cristo enseña claramente que no debemos juzgar a los demás.

Cuando juzgamos a otra persona, sin estar en sus zapatos y sin entender claramente qué lo ha llevado hasta esa conducta, nos ponemos en una situación que no nos corresponde en absoluto como humanos y cristianos. Sólo Dios tiene la facultad de juzgar, pero la divinidad lo hace desde la gracia, no desde la condena. Además, Dios tiene todo el panorama ante si, no sólo la conducta puntual del individuo.

El juicio anula la gracia. No le da opción a la persona de cambio. Esto, aunque se usen frases de buena crianza como “si se arrepiente podría ser perdonado, pero...”, y ese gran “pero” está constituido de cambios que debería hacer el individuo para probar que es digno de recibir el perdón, como si el sacrificio de Cristo no fuera suficiente garantía.

“Sin la promesa de la gracia, los mandamientos se vuelven instrumentos de tortura, ya que se limitan a juzgar al hombre, señalándole sus deficiencias, sin poder ayudarlo” (A. Manaranche).


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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