La única obra que cuenta



“Pon en manos del Señor todas tus obras” (Proverbios 16:3)


El evangelio no se basa en la obra humana sino en la acción divina. No se centra en el ser humano y su obediencia, sino en la obediencia de Jesús y su acción vicaria, es decir, de sustitución del ser humano. Olvidar este concepto tan básico en el cristianismo es enredarse en las sinuosas aguas del legalismo.

El legalismo hace creer, erróneamente, que seremos juzgados por lo que hacemos, como si de alguna manera fuéramos capaces de hacer algo que garantizara que seamos aceptados por Dios por medio de nuestros méritos. El legalismo ciega, porque no percibe que el problema no son los “pecados” sino “el pecado”, es decir, la naturaleza que hemos heredado y que nos separa de Dios desde el momento de nuestro nacimiento.

El legalismo, con su énfasis en la obediencia, nos hace creer que Dios nos acepta por lo que hacemos y no por lo que somos: Pecadores cubiertos con la gracia divina. No hay que tener miedo, ni siquiera a ser examinados por Dios. Porque al ser cubiertos por la gracia de Jesús, somos perdonados plenamente.

En el contexto de la naturaleza pecaminosa que tenemos, no hay obra alguna que hagamos que nos haga aceptos ante Dios. Lo único que nos protege es refugiarnos en la gracia de Dios.

Los judíos legalistas del tiempo de Cristo, con su énfasis en la obediencia, le preguntaron a Jesús:

—¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras que Dios exige? (Juan 6:28).

La respuesta de Jesús fue clara y sin ambigüedad:

—Ésta es la obra de Dios: que crean en aquel a quien él envió (Juan 6:29). No hay otra obra, sólo la de Jesús.

“Si el sacrificio de Jesús es la base de nuestra salvación y Jesús lo pagó todo, todo lo que le adeudo, entonces no debería perturbar nuestra seguridad ni una jota que se investiguen nuestras obras” (Morris Venden, 1998, 52).


Copyright: Dr. Miguel Ángel Núñez
Del libro inédito: Reflexiones al amanecer


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